lunes, 21 de mayo de 2007

(8) La peste bubónica y yo

Estafilococos acaudillados, ribosomas desfarrapados, mitocondrias sodomizadas... mi cuerpo se ha embarcado en un viaje hacia la corrupción como un maltrecho bergantín abocado a un trágico final, devorado por las oscuras aguas de un poderoso remolino. Mis brazos, como remos rotos, a penas pueden soportar el peso de estas palabras qué tanto tienen de epístola marinera como de testamento agropecuario. Pues me siento como aquel que llevado en brazos en mitad de la noche, despierta naufragando en un gélido océano de brucelosis. Ya han llegado los delirios. El fin está cerca.
Me duele la tráquea, se me empapizan los bronquiolos y se me flagelan los linfocitos sólo de pensar el malestar que se avecina. De camino hacia una gripe maligna e irremisible, mis flácidos dedos teclean los síntomas del huracán a escasos metros de su vértice más virulento. Veo venir la tormenta, las nubes negras de la maldad avanzan inexorablemente hacia mi cabeza, mis huesos, mi tuétano... La fiebre amarilla me atenaza la garganta. He revisado mi botiquín y ando escaso de antitusivo esponjiforme, aunque gracias al cielo aún me queda un sorbete de mandrágora bajo en liendres.
Hoy es mi día de suerte.

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